jueves, 16 de julio de 2009

Trauma

Un recuerdo vivo que me sigue desde niño, invade mi mente como un sueño perturbador constantemente. Ya de pequeño al igual que mis hermanos y la mayoría de mis amigos teníamos una carga pesada con que lidiar todos los días; la estricta disciplina que llegaba al maltrato físico de nuestros padres. Pero eso no era suficiente para ellos, también en el aspecto psicológico nos inyectaban todo tipo de ansiedades y temores en nuestra vulnerable e infantil psique.

Con la sublime intención de motivarnos a dormir temprano. Siempre nos asustaban, diciendo que pasaría un señor con su carreta y que si nos encontraba despiertos nos llevaría con el, quien sabe con que perfidias y lúgubres intenciones. Y en efecto, la horrible experiencia de escuchar el sonido de una carreta jalada por unos caballos y el aullar de un perro a media noche era aterradora… que aún me produce escalofríos.

Pero el trauma mayor por el que ahora sufro de constantes pesadillas, llegó en una tarde en la que se realizaba la fiesta de la pintoresca Ciudad Serdán. Pequeña población encaramada en el Estado de Puebla. Mientras los adultos se divertían inmersos en el embrujo de la música y los efectos del alcohol. Nosotros lo hacíamos bajo la vorágine de nuestros juegos infantiles. Sin darnos cuenta, los últimos rayos de sol fueron muriendo en el cielo; apagando sus resplandores luminosos y brillantes. La reina nocturna ocupo su trono cubriendo todo con un manto extraño.

De pronto el viento ceso, una espesa neblina invadió la calle. El sonido de la música quedo ahogado por el ruido chirriante de las ruedas metálicas de una carreta y el galopeo espeluznante de caballos. Por un instante toda la congregación infantil quedo petrificada. Un lúgubre y agonizante aullido, saco de su momentáneo letargo a todos, haciéndolos huir despavoridos. Yo no pude hacerlo, me encontraba paralizado. El miedo, mi miedo, hizo que mi piel se erizara y que mi corazón cayera hasta mis pies. Mi pulso comenzó a temblar como dulce de grenetina.

Observé absorto y horrorizado como el resplandor de la luna desembarazaba las tinieblas y derramaba su luz violácea sobre la neblina, de la cual aparecieron unas inquietantes siluetas espectrales.

-¡Allí está! –gritaron en coro-. ¡Es el señor de la carreta!

Mi respiración se cortó al ver que venia hacia mí. Pude distinguirlo; era un hombre esquelético de aspecto fantasmal, con una larga y desaliñada barba, un sombrero negro y ancho que no permitía ver de manera clara su rostro. La tartana tenía un aspecto fúnebre y los caballos eran unas bestias negras de aspecto terrorífico, con llameantes ojos rojos y un ruidoso tropel de sus cascos y pezuñas que hacían temblar la tierra.

Escuche una voz fría y aguda llamándome. Un extraño impulso me hizo estremecer. Una fuerza infrahumana se apodero de mí, haciéndome caminar hacia la carreta quimérica. Un aullido horrible escapado de las fauces de miedo de un cadavérico perro, anunciado una desgracia y los gritos de terror y desesperación de mis amigos; me desconcertaron aun más… de pronto sentí un fuerte golpe y todo se nublo.

Horas más tarde desperté en forma violenta en mi cama, un fuerte dolor hizo que unas lágrimas corrieran por mis mejillas. Tenía las costillas rotas y una pierna fracturada, así como diversos golpes contusos por todo el cuerpo.

Desde esa espeluznante fecha en que el señor de la carreta me quería llevar y que de milagro no lo logró. El miedo me acompaña, pensando que algún día volverá por mí. Aunque mis padres digan que preso de mis temores infantiles, fui yo, quien se cruzó lleno de pánico y de manera imprudente frente a la carreta. Y que el hombre del carruaje, era una llana, fantasiosa e ingenua leyenda que se había creado de un simple mortal que salía por las noches a trabajar hacia las minas de carbón.