viernes, 22 de julio de 2011


Anómalo

"La soledad no te enseña a estar solo, sino a ser único" EMC

Amanecer otoñal. La luz del día empieza ahuyentar las sombras de la noche; pesada, taciturna y corta. El alcohol aún adormece mi pensamiento, después de una velada efímera y solitaria. Me levanto tembloroso para desahogar las frustraciones que habitan en mi vejiga.

Una botella de tequila sobre la mesa me da el saludo matinal. La miro con tal fervor como el amor que el forense con escalpelo en mano le profesa a su cadáver.

…tomo el último ardiente trago de soledad que queda en el frasco y prendo un cigarrillo para incinerar la esperanza del alba. Abro la ventana y escupo una mirada a la ciudad, hoy esta más gris que otros días. Veo pasar a la gente con una sonrisa como fachada perfecta de un parasito que se alimenta de banalidad y de conformidad por dinero.

Pero de que me vanaglorio, si al final también soy un ácaro de la sociedad. De hecho ahora ando relegando ocio, entre la perdición y yo, no hay diferencia alguna. Mis desvelos han sido un desperdicio, mi estéril mente no ha sido capaz de crear algún escrito de importancia. Ya no soy el tipo que pasaba las noches adiestrando e infiriendo palabras. Estoy envejeciendo, lo reconozco y no me preocupa. Peor seria estar en plena pubertad con estas atrofiadas neuronas almacenadas en mi cerebro.

Fumo mi cigarrillo acompañado de una tos cancerígena disimulada de bronquitis. Con mis ojos y dientes amarillos le sonrió al espejo. Con mi pulso acelerado y mi esperanza cada vez más flaca, arrastro mis pies como viles gusanos hasta mi perpetua cocina sucia y de la olorosa alacena atrapo tres botellas de licor.

Selecciono unas canciones de mi carpeta de música y me siento en mi sillón existencial para meditar con el hastió. Le doy el primer trago al elixir de efectos oníricos para relajar mi alma. Con el segundo, llegan hasta a mi, estrellas rutilantes queriéndome devolver la pasión. Bebo de inmediato otro sorbo para aniquilarlas. Con los siguientes tragos, aparecen en mi memoria antiguos y amargos amores. Y a las tres cuartas partes de la primera botella, recuerdos dulcemente tristes, hacen que la melancolía me abrace con regocijo.

The cure con “Días extraños” de fondo musical y encadenado al efecto de la segunda redoma, un infernal desaliento ha asesinado mi poca fe. Con unos cuantos buches de la última botella de tequila y una cajetilla de cigarros inhalada por mis vulnerables pulmones, mi alma toma plena fuerza. Vuela libre, maniatando los sentimientos del ayer. Mi certeza y mi cordura están vulnerables.

...a partir de este momento cualquier cosa puede pasar.

domingo, 21 de noviembre de 2010


Reencuentro

…Entonces, como en un sueño me perdí en las calles. Sin sentido alguno caminé toda la tarde por la ciudad. Reinaba el total abandono, como si no existiera nadie en el mundo. Seguí caminando inerte hasta que finalmente encontré a alguien sentado en una banca de parque. Era alto y delgado, ligeramente atlético. Leía despreocupadamente un libro de Herman Hesse.

Esto era realmente extraño; el individuo que estaba allí, era yo con apenas diecisiete años. Me acerqué hasta donde se encontraba y tratando de no sonar insolente, le pregunté si estaba ocupado el asiento. No contestó, solo se recorrió, lo mismo hizo con sus libros que tenia a un costado para darme espacio.

Ahí estaba yo: sin ojeras, ni prematuras canas y sin esa calvicie incipiente. Miré de reojo sus libros; Kafka, Sartre, Camus, Schopenhauer, Nietzsche, Simón de Beauvoir… Dándose cuenta de mi curiosidad, desvió la atención de su libro para verme por un instante. Luego sin reconocerme, siguió de manera indiferente con su lectura.

Un accidente temporal me había hecho encontrar con el ser desgraciado que soy. Como si el destino me retara para cambiar el rumbo de lo que había sido mi vida hasta ahora.

De la nada apareció caminando frente a nosotros una atractiva adolescente, de ojos bellos y expresivos. Esa hermosa joven nos reconoció de inmediato, ya que nos dirigió una sonrisa. Le devolví la sonrisa con cierta nostalgia. En cambio, mi otro yo la miró sin ninguna curiosidad. Sacó un cigarrillo y lo encendió con el pucho del que ya le quemaba sus labios. Quise decirle que dejara de fumar, que a futuro tendría problemas de salud. Que siguiera a la que pudo ser la compañera de mi vida, que abandonara esa vida existencialista y que se olvidara de ver el mundo desde una óptica solitaria.

Pero decidí olvidarme de darle un sermón. Total, sabía que no haría caso. Me levanté del asiento, le di una palmada en el hombro. Me miró interrogante; en definitiva no me había reconocido. Saqué un libro de mi portafolio y allí junto a los demás le dejé: “Ese maldito yo”, de E. M. Cioran.

jueves, 11 de marzo de 2010

Aflicción

"El amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos." William Shakespeare

De niño, casi todos los sábados me llevaban a la casa de mi abuelo. Un hombre de campo; sencillo, silencioso y fructífero. Autodidacta, fuera de las normas del paradigma, para el no existía escalafón docente, siempre fuera de todo sistema. Un hombre sabio, que disfrutaba de la lectura, sin lugar a dudas su pasatiempo favorito. Lo recuerdo sentado en su señorial sillón reclinable, leyendo un libro y bebiendo un rico y caliente chocolate en su singular y curiosa taza. La singularidad de la taza, radicaba en que tenia dibujada la imagen de un enorme gato negro con alas devorando a un famélico perro de seis patas. Siempre tuve la curiosidad de conocer el significado de tal representación, pero nunca me atreví a preguntarle. Tenía otra pasión; su gran auto clásico, un impecable cadillac convertible 1966, lo cuidaba como su más preciado tesoro.

Mi abuelo era una persona muy reservada y aún más lo fue después de que su amada esposa falleció. La muerte de mi abuela lo volvió crónicamente taciturno. No recuerdo una muestra de afecto de él, pero ahora estoy seguro que me quería mucho. Siempre me miraba de reojo tomar con curiosidad y entusiasmo sus libros para leerlos o en ocasiones solo hojearlos. De su tosco y seco rostro se dibujaba una leve sonrisa de satisfacción

Deje de visitarlo por bastante tiempo. Crecí, por cierto con una gran afición a la lectura. Dentro de los años cáusticos y ácidos, de mi incongruente adolescencia, en varias ocasiones me pidieron mis padres que lo fuera a visitar, porque tenía ganas de verme. Siempre tomé a la ligera dicha recomendación, pero un día surgió en mí, el deseo de visitarlo.

Recuerdo ese día, estaba nublado. Era invierno, un desolado y gélido invierno. Cuando llegué a su antigua y rustica finca, me resultó extraño no encontrarlo sentado en su reconfortable sillón, más lo fue ver su taza en el piso echa pedazos. Ingresé a la casa, sólo encontré un silencio absoluto. Una sensación de angustia me invadió, fui de prisa al jardín que se encontraba en la parte trasera de su casa. Y ahí estaba, colgaba inerte, haciendo movimientos pendulares en aquel árbol, que yo mismo, en los días alegres de mi infancia le había ayudado a sembrar. El cielo cayó sobre mi espalda y la tristeza se postró frente a mis ojos, rotando lentamente de un lado a otro.

Aún hundido en la ambigüedad del propio yo, me acerqué nervioso hasta donde el estaba. Tenía una hoja de papel doblada que sobresalía en la bolsa de su camisa. Sentí como sus ojos apagados, llenos de pesar, se me incrustaban como alfileres en todo mi cuerpo. Con mis manos frías y temblorosas, tomé la cuartilla. En ella, me manifestaba entre otras cosas, que me regalaba su auto y su enorme colección de libros y, terminaba diciendo; dejo mis grandes tesoros, para mi mayor riqueza jamás disfrutada.

lunes, 25 de enero de 2010

Desilusión

En su pequeña y sombría habitación, Alicia se miraba frente al espejo; Sus ojos lucían marchitos, consumidos, sin alguna chispa de luz. Tenía los parpados caídos por el peso de la desazón y la cotidianidad. En si, su rostro reflejaba el enorme hastío que su estilo de vida le causaba.

No entendía como fue que se había enamorado de esa careta sonriente, de ese hombre poco cuerdo y de ideas excéntricas. Ese disfraz colorido y sombrero extravagante que en un tiempo la cautivaron, ahora le provocaban una enorme repugnancia. Esa manera de actuar como si fuera un idiota le causaba nauseas, su maquillaje le resultaba ridículo. Hoy en día, todo aborrecía de él.

Ese día decidió recurrir a la hechicería para librarse de su infortunio. Fue al bosque en busca de alguna hierba que le sirviera. Encontró entre otras las plantas, la venenosa belladona, recolectó varias de sus semillas y regresó su monótono e irritante hogar.

Él llegó de trabajar, con su característico gesto de locura reflejado en el rostro. Realizó su ritual de siempre; Despojarse de su llamativa vestimenta, guardándola en su no menos llamativa maleta amarilla y refugiarse en su cómodo sillón para realizar su ritual de siempre… su imperdible hora del té

Ella, acostumbrada a sus locos desplantes, le sirvió su bebida predilecta. El té con un poco de la pócima preparada no tardo en hacer efecto...

El creador artesanal de sombreros de copa, se dio cuenta que los músculos no le respondían cuando con angustia advirtió a su amada Alicia sacar todas sus pertenecías de la maleta recién guardada. La contemplo atonito generar una burda e irónica caracterización de él; disfrazándose, maquillándose y pintándose en su rostro siniestro una enorme sonrisa.

Sin poder defenderse. Observó con terror, como su soñadora Alicia, con las manos cubiertas de unos graciosos guantes blancos, le rodeaba el cuello para estrujárselo con toda su alma. En su terrible agonía, aún alcanzó a escuchar un crujido macabro proveniente de su garganta.

Exhausta se sentó junto al cadáver, y lloró. No por lo que acababa de hacer, sino porque se sentía extrañamente insatisfecha. Secó sus lágrimas, se colocó el enorme sombrero de copa del recién fallecido, se puso de pie, tomó un cuchillo de la cocina, se lo puso en la garganta y degolló ese sentimiento de frustración y tedio.

En ese momento, en el que tiempo pareció detenerse para siempre, precisamente a la hora del té; Se escuchó un irónico maullido transformándose en carcajada alejarse del lugar…

jueves, 24 de diciembre de 2009

Lázaro

Hace tiempo que permanece escondido, dejándose llevar por el azar de su memoria y la fluidez de su absurda historia. Pensando en el significado de su existencia, sin encontrar respuesta. Sus holgados e inmundos ropajes, apenas si cubren su esquelético cuerpo en estado de descomposición. Las bacterias y los parásitos jamás terminaron de realizar su trabajo, aunque el olor a podrido y el moho siguieron acrecentándose en gran parte de su ser.

Por más de dos milenios ha vagado por el mundo, provocando la más funesta repulsión. Lo han llamado; monstruo, zombie, vampiro y hasta un simple y vulgar chupa cabras.

Pero ya no sufre, porque se acostumbro al dolor. Ya no llora, porque sus lágrimas como ácido le quemaban sus mejillas. Ya no siente coraje, ni odio por los hombres que tienen oportunidad de morir. Porque sabe que ese celo lo haría terminar con ellos, erradicando de la tierra su huella.

Por eso ahí oculto, con su rostro lacerado por el mortecino pasar de los años, permanecerá con un solo pensamiento en su maltrecha mente; ¿Por qué fue resucitado?

viernes, 11 de diciembre de 2009

Filosofando

Cierto día, un adolescente se encontraba sentado en la banca de un parque. Entre sus manos sostenía un cráneo humano mientras observaba a un muchacho casi de su misma edad, que sentado a la sombra de un árbol escribía algún articulo, carta o algo parecido. Después de pensarlo un buen rato, por fin decidió acercársele para invitarlo a jugar.

—Que tal, soy Emil Cioran. ¿Cómo te llamas tú?

—Hola, me llamo Albert Camus.

—¿Eres extranjero? —preguntó inmediatamente Cioran.

—Así es, soy de nacionalidad francesa —contestó Camus.

—¿Juegas fútbol? —volvió a inquirir Cioran.

—¿Con el cráneo?, ¿no es demasiado fúnebre jugar con eso? —repuso Camus—. El fútbol, es todo lo contrario. Es alegría, júbilo y entusiasmo, es simplemente poesía colectiva.

—¡Lo único fúnebre de esta situación somos nosotros y aquel anciano que yace inerte en aquella banca! —comentó Cioran.

—Eres un pesimista —murmuró Camus con fastidio.

—Y tú absurdo —replicó Cioran irritado y con ironía—. Mejor invitaré a jugar al senil hombre.

—Déjalo en paz —dijo Camus con aplomo.

—¿Lo conoces? —cuestionó intrigado Cioran.

—Se llama Friedrich, es un filósofo alemán y está muerto —aclaró Camus—. Lo que ves es sólo su alma perpetua que no alcanzó ni alcanzará el eterno descanso. Por la aparente osadía de creer ser un superhombre e intentar asesinar a Dios.

—Mejor me voy, eres demasiado incongruente —recalcó Cioran

—Y tu demasiado incrédulo, adiós —se despidió Camus muy molesto poniendo fin a la conversación.

sábado, 21 de noviembre de 2009


Vísperas de 2012

A la entrada del paraíso, junto a un enorme y polvoriento portal. El apóstol Pedro discutía con el primer hombre sobre la faz de la tierra.

–¿Adónde cree que va, padre Adán? –le dijo Pedro con voz firme–. Sabe bien que no puede entrar aquí.

–Quiero hablar con el creador –contestó Adán–. Ya me cansé de ser un errante y ansió regresar a la gran Mesopotamia.

–Eso no puede ser –replicó Pedro–. Hace cerca de dos mil años que se fue y nadie sabe nada de él. Ahora está al mando del reino un clon suyo llamado Jesús.

–Pues entonces hazme pasar con el tal Jesús –le dijo Adán con arrogancia.

Respondió molesto Pedro. –Tampoco puede ser posible. Está ocupado preparándose para el juicio final. Es hora de juzgar a vivos y muertos. A todos aquellos que desobedecieron las divinas leyes los llevarán a una región etérica, donde serán consumidos por el eterno fuego de la justicia. Y usted, estimado progenitor, está en esa lista –concluyó el apóstol.

martes, 27 de octubre de 2009

Acontecimientos inusuales

Cada mañana, al levantarme, se repetía el mismo suceso. Un libro aparecía fuera de su lugar en mi pequeña biblioteca personal: “La metamorfosis” de Franz Kafka. Me lo cuestione en muchas ocasiones, ¿quién lo movía por la noche? Pero con el tiempo llegué a verlo como algo normal y rutinario.

Y así fue durante algunos meses. Hasta que un día el ejemplar apareció tirado en el piso. Cuando me acerqué a recogerlo observé atónito que una especie de coleóptero se escondía debajo del librero. Sentir que me miraba fijamente fue patético. Aunque más patética fue mi locura al pensar que se trataba del joven Gregorio Samsa.

Por muchos días le proveí de alimento y agua antes de irme a trabajar. Cuando regresaba a casa, el enorme escarabajo se asomaba, me miraba con agradecimiento y se volvía a ocultar. Pero una noche, al llegar de mi jornada laboral, no se asomó. Lo busqué por todos lados sin encontrarlo. Había desaparecido, al igual que la obra de Kafka.

Traté de ser realista y razonable. Pensé que se trataba de un caso de psiquiatría. Pero al siguiente día, al salir de mi hogar, se me acercó un joven de aspecto raro. Me regreso mi libro, agradeció mi tolerancia y relativismo. Luego comenzó alejarse agitando, para despedirse, uno de sus cuatro brazos.

viernes, 2 de octubre de 2009

La danza
Cansado de convivir con este mundo extraño, acelerado, intolerante y lleno de tensión. Donde todos juzgan y critican sin mirar el espejo de la autocritica. Decidí moverme a mi ritmo y a mi tiempo de tal manera que mande todas mis preocupaciones y ocupaciones a la porra. Me recosté a la sombra de un árbol y me relajé bajo el embrujo de unas delgadas hojas metálicas a tal grado que me quede dormido.

Desperté desnudo, mi cuerpo estaba entumecido por el frio. Abrí los ojos en medio de una densa oscuridad, sentí que alguien me miraba desde algún lado. Mi mente inquieta comenzó a recordarme miedos de mi infancia. De repente sentí que alguien se acercaba a mí, un escalofrió recorrió mi espalda. Mis piernas comenzaron a moverse, una sensación de que me seguían y que pronto me darían alcance me produjo un terror indescifrable. Corrí de manera vertiginosa para alejarme de ahí hasta que estuve demasiado agotado, cansado hasta la extenuación que me deje caer sobre el piso. Después de luchar infructuosamente contra la inconsciencia, me llevo preso a un mundo de somnolencia.

Cuando desperté de nuevo estaba recostado pero ahora sobre un liquido viscoso y demasiado pegajoso. Noté un amargo sabor en mi garganta, seguida de una extraña ligereza en mi cuerpo. Quise incorporarme: mis piernas y en general ninguna parte de mi cuerpo me respondía.

Una suave luz apareció de la nada, pronto se expandió de tal manera que cubrió todo el velo negro que antes me arropaba. De entre ese esplendor aparecieron bailando unas siluetas esqueléticas y deformes. De pronto una figura femenina apareció y se fue acercando a mí. Aunque no lograba visualizarla con nitidez, de alguna manera sabia de quien se trataba. Ella se detuvo, el tiempo lo hizo también. Sus labios besaron los míos y una sensación inexplicable atravieso mi alma. En seguida me retorcí de dolor, mi cuerpo comienzo a deformarse hasta alcanzar la misma forma de aquellos seres que bailaban.

Me puse de pie, ahora sin esfuerzo alguno. Me uní a su danza mortuoria, después de todo… ¿Quién juzgaría ahora mi estilo y forma de vida?, ¿Quién?

viernes, 11 de septiembre de 2009

Conspiración

Ultimas horas del sábado 16 de Nisán. Dentro de una cueva oscura envuelto en una mortaja blanca, un cuerpo mancillado y sin vida yace sobre una losa de piedra. El silencio pelea el reinado de aquel lugar con la penumbra, hasta que es mordido por unas lexías extrañas que ahuyentan el óbito de la caverna. Súbitamente el finado abre los ojos, sus sentidos salen de su mortuorio letargo. Su olfato es el primero en recibir la bienvenida al mundo terrenal por el hedor nauseabundo que habita dentro de la sabana que lo cubre de pies a cabeza.

Al quitársela de encima, una sensación aflictiva invade su cuerpo desfragmentado. Trata de ponerse de pie pero siente que se desgarran sus músculos. Gime en forma lastimosa, siente la necesidad de llorar pero de sus deshidratadas pupilas no hay lágrima alguna.

Otra vez esas voces desconcertantes en forma de chillido, en esta ocasión le erizan la piel. Quiere ubicar de donde provienen, pero no lo logra por el eco que al multiplicarlas lo confunde. Trata de calmar sus nervios, de ordenar sus ideas y de entrar en razón.

Aunque el haber estado tanto tiempo inerte ha mermado su capacidad intelectual, su cerebro poco a poco va hilvanado recuerdos; el Gólgota, la cruz, los clavos… pero son abruptamente interrumpidos por unos susurros que pronuncian un nombre. Su inquietud es mayor cuando de pronto en medio de esa densa oscuridad lo toman de la manos, su débil corazón comienza acelerase, asustado trata de zafarse, pero enseguida lo aprisionan varios brazos que lo inmunizan. Siente que alguien lo besa detrás de su nuca, lo que le hace sentir un escalofrió indescifrable. Enseguida otras manos toman sus mejillas y unos labios se postraron en los suyos.

Sus emociones se confunden aun más cuando comienzan a lamer sus heridas. Sus dolencias van menguando con el analgésico de la saliva. Sus temores desaparecen al sentir estimulación corporal. Su equilibrio emocional mejora a tal grado que ahora esta inmerso en una gran excitación. Esta apunto de alcanzar el orgasmo cuando unas carcajadas retumban por toda la caverna. Otra vez se encuentra solo, ya nadie lo besa, ni lo abrazan. Lleno de furia y aun agitado, maldice que se estén burlando de él.

De la nada aparece un círculo creado por llamas. De esa especie de luna negra rodeada de fuego sale una mujer hermosa, cautivadora y seductora. El brillo deslúmbrate lo ciega por unos segundos. Desconcertado y molesto trata de interrogar a la recién aparecida. Pero ella se anticipa a sus cuestionamientos como si le hubiese leído el pensamiento, le dice que no tiene tiempo de explicarle muchas cosas. Pero que lo ayudara a salir de ahí, ya que fueron creados por el mismo ser. Y que al igual que a el, la había abandonado y desterrado entre las ruinas del desierto.

Un leve temblor sacude la tierra dentro de la cueva y la gran piedra que cubre la entrada se mueve, dejando entrar aire fresco en aquel fétido lugar. El resucitado esta en un mayor estado de confusión, no logra asimilar lo que sucede. La bella mujer le apura para que salga de ese recinto mortuorio. Argumentando que pronto será consumida la oscuridad por la luminosidad del sol y que además la gente pronto reanudara sus actividades diarias después de su día de descanso, lo que dificultaría su huida.

Le comenta que fuera de ese recinto mortuorio se encuentra su madre y la mujer de Magdala, señalándole que esta última esta preñada. Que huya con ellas lejos de esa tierra, porque sus vidas y la de su hijo por nacer están en peligro. Aun desorientado, pero convencido de que tiene que salir de ahí, se apresura hacerlo. Se reúne con las mujeres que perturbadas lo miran, sin decirles nada las toma de la mano. Se ponen en marcha para alejarse sin saber hacia donde ir.

De inmediato un fuerte olor azufre invade aquella fétida caverna, aparece una enorme bestia alada envuelta en llamas. Le reclama molesto a la seductora mujer por haber revivido y dejado ir a aquel hombre. Con sonrisa irónica le responde a ese extraña creatura. Prepárate para reinar este mundo por toda la eternidad, nuestro padre ha cometido un fatal error al dejar el libre albedrio a los seres humanos pensando que con el sacrificio de uno de sus hijos germinaría la compasión, la piedad, la misericordia y el amor al prójimo. Por lo que ahora, con la resurrección de nuestro incauto hermano, lo único que se gestara, será la confusión, el caos, el miedo y las ansias de poder.

Unas fuertes risas sobrenaturales retumbaron en aquel lúgubre lugar, después todo quedo en calma y un nuevo amanecer surgió por el horizonte.