lunes, 25 de enero de 2010

Desilusión

En su pequeña y sombría habitación, Alicia se miraba frente al espejo; Sus ojos lucían marchitos, consumidos, sin alguna chispa de luz. Tenía los parpados caídos por el peso de la desazón y la cotidianidad. En si, su rostro reflejaba el enorme hastío que su estilo de vida le causaba.

No entendía como fue que se había enamorado de esa careta sonriente, de ese hombre poco cuerdo y de ideas excéntricas. Ese disfraz colorido y sombrero extravagante que en un tiempo la cautivaron, ahora le provocaban una enorme repugnancia. Esa manera de actuar como si fuera un idiota le causaba nauseas, su maquillaje le resultaba ridículo. Hoy en día, todo aborrecía de él.

Ese día decidió recurrir a la hechicería para librarse de su infortunio. Fue al bosque en busca de alguna hierba que le sirviera. Encontró entre otras las plantas, la venenosa belladona, recolectó varias de sus semillas y regresó su monótono e irritante hogar.

Él llegó de trabajar, con su característico gesto de locura reflejado en el rostro. Realizó su ritual de siempre; Despojarse de su llamativa vestimenta, guardándola en su no menos llamativa maleta amarilla y refugiarse en su cómodo sillón para realizar su ritual de siempre… su imperdible hora del té

Ella, acostumbrada a sus locos desplantes, le sirvió su bebida predilecta. El té con un poco de la pócima preparada no tardo en hacer efecto...

El creador artesanal de sombreros de copa, se dio cuenta que los músculos no le respondían cuando con angustia advirtió a su amada Alicia sacar todas sus pertenecías de la maleta recién guardada. La contemplo atonito generar una burda e irónica caracterización de él; disfrazándose, maquillándose y pintándose en su rostro siniestro una enorme sonrisa.

Sin poder defenderse. Observó con terror, como su soñadora Alicia, con las manos cubiertas de unos graciosos guantes blancos, le rodeaba el cuello para estrujárselo con toda su alma. En su terrible agonía, aún alcanzó a escuchar un crujido macabro proveniente de su garganta.

Exhausta se sentó junto al cadáver, y lloró. No por lo que acababa de hacer, sino porque se sentía extrañamente insatisfecha. Secó sus lágrimas, se colocó el enorme sombrero de copa del recién fallecido, se puso de pie, tomó un cuchillo de la cocina, se lo puso en la garganta y degolló ese sentimiento de frustración y tedio.

En ese momento, en el que tiempo pareció detenerse para siempre, precisamente a la hora del té; Se escuchó un irónico maullido transformándose en carcajada alejarse del lugar…

3 comentarios:

El merodeador mañanero dijo...

Javier, me ha gustado tu escalofriante versión de Alicia en el país de las maravillas. Donde el gestor terrorífico, irónicamente viene de una adorable y linda adolecente.

Un afectuoso saludo.

Anónimo dijo...

¡HOLA!
Me gustó el cuento, y me dejó la sensación de que ella no odiaba al sombrerero, si no al tedio que sentía por sí misma. A veces se carga a otros con la culpa de lo que no nos gusta de nosotros mismos. En este caso terminó muy mal...
Cariños!!!

Anónimo dijo...

aplicable a lo cotidiano de mi vida, solo que todavia amo a mi sombrerero