domingo, 7 de junio de 2009

Incertidumbre

Tarde parda y fría de invierno. Bajo una ligera llovizna aguardaba impaciente el autobús para regresar a casa después de una extenuante jornada laboral. Viaje de casi todos los días de la semana que se había vuelto tan rutinario, tan tedioso, tan monótono. La larga espera me hizo entrar en una tormenta de meditaciones y pensamientos que se diluyeron sobresaltados por un ruidoso y horrible ronroneo; Provenía del camión que se aproximaba. Hice la señal de parada y segundos después lo abordaba. Recorrí el pasillo hasta la parte trasera y me senté pegado a la ventana; me gustaba siempre esa parte por ser la más solitaria, la menos cubierta de gente. Ya más tranquilo, comencé a hojear el periódico; de inmediato me llamó la atención una nota donde sobresalía la noticia acerca de la misteriosa desaparición de varias personas sin que hasta ese momento se conocieran las causas o el motivo de dichos acontecimientos, pero pronto perdí el interés y tomé mi libro: “La metamorfosis”, de Franz Kafka; me desparrame un poco sobre el asiento y comencé a leer. En ese momento el autobús frenó de forma súbita; el libro estuvo a punto de salir de mis manos, y mi cabeza de estrellarse contra el asiento de enfrente. Maldiciendo me reacomodé; fue entonces cuando llamó mi atención la persona que acababa de ascender: una persona de aspecto extraño que vestía con una vieja gabardina negra, aunque más extraño fue que habiendo demasiados asientos desocupados se fuera a sentar a mi lado. Intrigado, desconcertado, observé disimuladamente queriendo ver su rostro, el cual cubría casi en su totalidad con un embozo y una gorra. Deduje por sus facciones finas y enormes pestañas que hacían resaltar los enormes ojos negros que se trataba de una mujer… Volteo al sentir que la miraba de reojo; entonces sacó un libro y una pluma de su bolso, escribió algo en una de sus páginas y lo cerró. Enseguida se puso en pie. Atónito y aterrado observe como mientras con su mano izquierda dejaba el libro en el asiento y con la mano derecha sujetaba su bolso, otra cubierta con finos bellos salía de entre su gabardina para sostenerse en el pasamanos. Después de esto, y como si nada sucediera se acercó a la puerta, tocó el timbre y descendió sin voltear a verme, perdiéndose en la distancia conforme el vehículo recobraba la marcha.

No sé cuanto tiempo transcurrió mi asombro. Pero cuando logré estabilizarme y dejé de meditar sobre lo sucedido ya me encontraba sentado en la sala de mi casa sosteniendo entre mis manos el libro que había dejado aquella extraña mujer… ¡Vaya!... ¡Era el mismo autor y el mismo titulo que yo estaba leyendo! Lo abrí con un poco de ansiedad; en la primera página estaba escrito lo que parecía una dirección. Conocía por donde quedaba el lugar y no siendo muy tarde, después de pensarlo un poco decidí ir a curiosear….

Luego de haberme internado por los lugares más sombríos y oscuros de la ciudad, llegue a la calle buscada; ésta era estrecha y lucia muy sucia. Con pasos nerviosos llegué hasta el número que señalaba la dirección; se trataba de una casa grande de dos pisos que parecía abandonada, con un amplio jardín de maleza muerta… Con un sentimiento de inquietud estuve merodeando por el derredor un largo rato sin que ocurriera nada, sin que mi sentido común me dijera que debía hacer… Cuando finalmente disponía a retirarme, algo llamó mi atención: a través de los cristales polvorientos de una ventana un rostro se asomaba y me hacia movimientos con su mano, como saludándome.

Estuve a punto de salir corriendo; sin embargo me quede allí, y al cabo de unos instantes se abrió la puerta de aquella vieja casa. La mujer del autobús salió, fue hacía mi y estiró su mano invitándome a pasar… Sin saber por qué, quizás por mis sentidos trastornados en aquel momento, le correspondí, y en unos instantes me hallaba dentro de una casa vacía, sin vida, sin comodidades. Me condujo hasta lo que parecía ser el sótano. A la entrada colgaba un letrero que me llamo la atención: “Bienvenido al club de los existencialistas”. Me hizo señas para descender por las escaleras; se respiraba un tufo a vaho muy desagradable… Ya en la oscura bóveda mire con incertidumbre que varias personas estaban recostadas en el piso. Sentí un amable empujón para que me acercara. A continuación, lo que vi me lleno de terror: enormes cucarachas y escarabajos devoraban lo que parecía ser un cadáver humano. Mi horror fue mayor cuando una enorme cucaracha se levantó y me ofreció un pedazo de carne putrefacta. Aterrado empujé a mi anfitriona y corrí hacia las escaleras en busca de la salida. Escuché gritos detrás de mí que decían: “no huyas, tarde o temprano serás como nosotros”. A pesar de mi alterada condición logré escapar de aquel inmundo lugar. Seguí corriendo hasta que el cansancio me tumbó. Incorporándome, medité sobre lo ocurrido mientras regresaba andando a mi hogar.

Cuando llegue ya era casi media noche. Reforcé las puertas y ventanas por temor a que me invadieran esas horribles alimañas. Aún asustado, intrigado, me bañé para quitarme de encima el nauseabundo olor que traía impregnado en mi ropa. Me fui a acostar, pero las horas pasaban sin poder dormir. Mi mente era un mar de confusiones, tratando de encontrar una lógica a todo esto. Hasta que por fin, agotado me venció el sueño. No sé cuanto tiempo transcurrió. Cuando desperté me quise incorporar, pero me costó trabajo. Con terror descubrí que mientras dormía fui mutando en una especie de bicho salido de la negrura cloacal. Espasmos de dolor y angustia me invadieron; lloré, grité desesperado maldiciendo haber acudido aquel lugar imposible. Pensé que me habían contagiado una enfermedad o virus que estaba provocando alguna anomalía genética en mí. Cuando por fin logré ponerme en pie, de inmediato fui a verme en un espejo. Con espanto vi en frente de mí a una zarrapastrosa cucaracha. Cerré los ojos para calmar mi angustia y repetí con voz lánguida: “No es sino un delirio producto del sobresalto mental que sufrí anoche”… En eso estaba cuando el sonido del timbre de mi puerta me sobresaltó. Por la mirilla observé que era otra vez esa mujer y estaba acompañada de otro bicho humano. Dudé en abrir. Cuando lo hice ya no se encontraban, pero me habían dejado una nota: “EL EXISTENCIALIMO ABRUMA AL HOMBRE CON UNA PESADA CARGA DE RESPONSABILIDAD, PERO TAMBIÉN LE MUESTRA UN CAMINO INDIVUDIAL DE HACERSE A SI MISMO, A PESAR DE LO DADO Y DE TODA CIRCUNSTANCIA”. El apunte estaba firmado con las iníciales: GS.

Intrigado medité sobre el mensaje y mi transformación. Me di cuenta que me encontraba en un mundo incomprensible e indiferente, que ya no podía quedarme en mi casa para entender el por qué de mi existencia.

Ya relajado y aceptando lo sucedido, sentí hambre. Me dirigí al refrigerador; corté y tomé un trozo de carne, estaba jugoso y fresco. Lo mordí con un poco de duda y nausea, pero en cuanto comencé a masticarla encontré que era agradable a mi paladar. Lamí las gotas de sangre que resbalaban por mis dedos. El placer fue indescriptible, tan exquisito que terminé con toda la carne que había.

Después de saciar mi apetito, fui al closet. Ahí colgaba mi gabardina y un raído sombrero de fieltro. Me los puse, además de una bufanda para cubrir mi cambiado rostro. Tomé los libros que estaban en la sala y el cuchillo que acababa de utilizar para cortar la carne, los guardé entre las bolsas de la gabardina y salí de aquel lugar que había sido mi morada por mucho tiempo, para no regresar jamás…

4 comentarios:

Habitaciones rojas, pensamientos negros dijo...

Un relato muy bueno!!! Estilo kafkiano y profundidad filosófica, muy bueno, sin duda.

Un abrazo rojo,
HR.

Martín Gardella dijo...

Es la primera vez que visitó tu blog, me gustó mucho este relato lleno de contenido filosófico. Felicitaciones!

Javier Alfaro Martínez dijo...

Muchas gracias, HR.

Saludos Martín, gracias por la visitia y el comentario.

Rúben Martínez dijo...

Delirantes cuentos de mucha imaginación.

Felicidades!