jueves, 11 de marzo de 2010

Aflicción

"El amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos." William Shakespeare

De niño, casi todos los sábados me llevaban a la casa de mi abuelo. Un hombre de campo; sencillo, silencioso y fructífero. Autodidacta, fuera de las normas del paradigma, para el no existía escalafón docente, siempre fuera de todo sistema. Un hombre sabio, que disfrutaba de la lectura, sin lugar a dudas su pasatiempo favorito. Lo recuerdo sentado en su señorial sillón reclinable, leyendo un libro y bebiendo un rico y caliente chocolate en su singular y curiosa taza. La singularidad de la taza, radicaba en que tenia dibujada la imagen de un enorme gato negro con alas devorando a un famélico perro de seis patas. Siempre tuve la curiosidad de conocer el significado de tal representación, pero nunca me atreví a preguntarle. Tenía otra pasión; su gran auto clásico, un impecable cadillac convertible 1966, lo cuidaba como su más preciado tesoro.

Mi abuelo era una persona muy reservada y aún más lo fue después de que su amada esposa falleció. La muerte de mi abuela lo volvió crónicamente taciturno. No recuerdo una muestra de afecto de él, pero ahora estoy seguro que me quería mucho. Siempre me miraba de reojo tomar con curiosidad y entusiasmo sus libros para leerlos o en ocasiones solo hojearlos. De su tosco y seco rostro se dibujaba una leve sonrisa de satisfacción

Deje de visitarlo por bastante tiempo. Crecí, por cierto con una gran afición a la lectura. Dentro de los años cáusticos y ácidos, de mi incongruente adolescencia, en varias ocasiones me pidieron mis padres que lo fuera a visitar, porque tenía ganas de verme. Siempre tomé a la ligera dicha recomendación, pero un día surgió en mí, el deseo de visitarlo.

Recuerdo ese día, estaba nublado. Era invierno, un desolado y gélido invierno. Cuando llegué a su antigua y rustica finca, me resultó extraño no encontrarlo sentado en su reconfortable sillón, más lo fue ver su taza en el piso echa pedazos. Ingresé a la casa, sólo encontré un silencio absoluto. Una sensación de angustia me invadió, fui de prisa al jardín que se encontraba en la parte trasera de su casa. Y ahí estaba, colgaba inerte, haciendo movimientos pendulares en aquel árbol, que yo mismo, en los días alegres de mi infancia le había ayudado a sembrar. El cielo cayó sobre mi espalda y la tristeza se postró frente a mis ojos, rotando lentamente de un lado a otro.

Aún hundido en la ambigüedad del propio yo, me acerqué nervioso hasta donde el estaba. Tenía una hoja de papel doblada que sobresalía en la bolsa de su camisa. Sentí como sus ojos apagados, llenos de pesar, se me incrustaban como alfileres en todo mi cuerpo. Con mis manos frías y temblorosas, tomé la cuartilla. En ella, me manifestaba entre otras cosas, que me regalaba su auto y su enorme colección de libros y, terminaba diciendo; dejo mis grandes tesoros, para mi mayor riqueza jamás disfrutada.

7 comentarios:

Alejandro Ramírez Giraldo dijo...

Es un escrito hermoso. Felicidades.

Anónimo dijo...

Me conmovio tu relato. Me ha gustado tu blog, seguiré leyendo...

Felicidades.

El merodeador mañanero dijo...

Algo fuera de tu estilo, pero igual de bueno.

Felicidades.

Negro.Casas.Geo dijo...

Me Hubiera Encantado Unas Cuantas Lineas Más Del Encuentro Final, Me Quede Picado

Javier Ortiz dijo...

Comparto lo que dijo Alejandro Ramírez: Es un escrito hermoso. Sin embargo, lo único que me dejó insatisfecho es la ausencia de algunas tildes en algunas palabras. Ah, y también algunas puntuaciones. Pero fuera de eso, me pareció excelente el relato.

Saludos.

"LADRON DE BUENA SUERTE" dijo...

QUE INTERESANTE RELATO, PODRIAMOS COMPLEMENTARLO CON ESTA FRASE "EL ARTE DE ENVEJECER ES EL ARTE DE CONSERVAR ALGUNA ESPERANZA"

Rigoberto Hernádez dijo...

Realmente hermoso. Te felicito un precioso relato. Me conmovio, leeré los anteriores cuentos.

Ahí te seguiré visitando.