lunes, 8 de diciembre de 2008

El indigente

Una madrugada, durante el trayecto de mi casa al trabajo, al pasar el taxi en el que viajaba por una esquina de una calle a penas alumbrada, visualice a una mujer que vestía en forma atrevida pero con cierta elegancia. Por la manera en que estaba parada daba a pensar que se dedicaba a dar servicios sexuales. Pero se veía tan refinada que me hizo recordar a las hetarias, esas cortesanas griegas que gozaban de privilegiada educación y nivel social, que se ganaban la vida proporcionando placer al estilo de las geishas japonesas. Al recorrer con la vista su bien torneada silueta, coincidió su mirada con la mía; fue un instante pero quedé prendado de ella desde ese momento.

La volví a ver a la mañana siguiente. Nuevamente nuestras miradas se cruzaron, pero esta vez me obsequio una sonrisa que me hizo perder la noción de la realidad.

En los días posteriores no la vi. Tal vez estaba en servicio, o tal vez no tuvo ganas de salir a vender placer, o tal vez estaba enferma, ...eso fue lo que pensé. Pero los días transcurrieron y no volvió a parecer. Deje de ir a trabajar por quedarme cerca de esa esquina para ver si en algún momento del día aparecía, pero eso no sucedió.

De hecho no recuerdo cuando fue la última vez que fui a mi casa, ni cuando tuve mi último aseo personal, ni cuando fue la última vez que probé un alimento en buen estado; ahora sólo miro inerte y desaliñado a las personas pasar por esa esquina, arrojándome unas cuantas monedas o algún sobrante de comida.

1 comentario:

Javier Ortiz dijo...

¡Buena Idea!... Adelante, sin mirar atras.